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La idea para este cuadro me vino unos meses después de que mi padre falleciera en 2019. Desde mi perspectiva, sentí como si literalmente me hubieran quitado el suelo bajo los pies, porque él era mi base en muchos sentidos. Al mismo tiempo, miraba a mi alrededor y veía que la vida seguía, como si nada. Estoy segura de que esa disonancia es algo que todos experimentamos cuando perdemos a alguien querido.

En la pintura, la calavera simboliza la muerte de mi padre. La sostengo con la mano derecha porque ese lado del cuerpo representa al padre y nuestra conexión con él. Algunas piezas del mosaico en mi mano derecha están ausentes, representando las partes de mí que se fueron con él.

Con la mano izquierda, me acerco a un reloj de arena que está casi vacío, con la intención de darle la vuelta y reiniciar el flujo del tiempo. En la pintura, el reloj de arena representa la vida.

La idea no era capturar un solo momento, sino más bien el movimiento —una intención— porque había llegado a comprender y aceptar la situación. También transmite que la vida y la muerte forman parte del mismo proceso, coexistiendo en un mismo instante como dos mitades de un todo.